Abrí un cauce para un río inexistente,
con la voluntad de un indómito luchador.
Enfrenté demonios
y vacié de pasado las habitaciones de mi vida,
solo para albergar a un huésped desconocido.
Vacié hasta el último pensamiento...
volé más allá de ideales y reglas,
con la ilusión de escuchar la voluntad de una sinfonía silenciosa.
Renuncié a la servidumbre de la necesidad, la emoción, la mente,
pero permanecí arraigado al mundo,
a la espera de que el bondadoso origen cantara a través de mi corazón.
Y desvanecido, en la entrega de una sincera amante,
el Caudal Eterno recorrió el cauce,
labrado con la fe de mi espíritu.
Vino por un camino de flores
el anhelado Huésped,
y con un tierno susurro habitó todo mi hogar.
Impuso las implacables leyes del Amor y el Cambio...
tornó todo un juego de deleite divino.
Junto a la chimenea,
tomó mi alma entre sus brazos,
posó suavemente mi espíritu sobre su pierna,
y entonó con mi Ser una canción eterna.
Todas las horas pasaron en ese corto vibrar,
y por un momento fui instrumento
de la música espontánea del infinito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario