El siguiente es un párrafo textual
extraído de mi diario: “Durante cuatro semanas, la Maestra nos ha pedido
escribir un poema todas las noches. Cada mañana, durante el desayuno, uno a uno
empezamos a leer el texto que hemos preparado. La Maestra siempre comienza, y
es un deleite ver cómo dramatiza cada verso y sonríe cuando las imágenes cruzan
las fronteras de lo previsible. Como nos advirtió en un comienzo, la intención
es dejar ir, permitir que la razón poco a poco se desvanezca y la formalidad de
paso a un instinto, a un impulso de creación. Debo decir que al comienzo fue
difícil ver el papel en blanco, confrontar los temores acerca de escribir,
hacer caso omiso de los cánones estéticos, ir más allá del deseo de hacerlo
bien. Sin embargo, en las primeras semanas vi la intención de esta invitación:
poco a poco he comenzado a ver el mundo con otros ojos, la piedra, la
fragancia, la luz entre los árboles han despertado emociones nuevas; he
comenzado a buscar material nuevo para el ejercicio de escribir y sin darme
cuenta he alterado la manera de ver el mundo y mi estado de ánimo; el ojo
ordinario se ha transformado en un ojo que encuentra belleza por doquier y esta
visión liberada abre la puerta a mil formas nuevas de habitar el mundo”.
Luego de dos meses de este ejercicio,
la Maestra nos dijo: “Debemos recordar que una de las llaves fundamentales del
camino espiritual es la imaginación. Las disciplinas espirituales, la devoción,
el servicio y la búsqueda de la pureza deben despertar en nosotros una mayor
capacidad de creación. Espiritualidad no debe ser restricción, debe ser belleza
y libertad. Quien está sanado es capaz de crear pensamientos y acciones bellas,
y así recrear su ser todos los días. Si se adquiere el hábito crear pensamientos
bellos se logra cambiar el espíritu; con la belleza en la mente es más fácil
amar, y con el amor se rompe todas las resistencias internas y se alcanza la
libertad”.
¿Por qué la Maestra nos pidió escribir
un poema cada día, por qué habló de la imaginación y por qué plantear la
imaginación como una llave en el camino hacia la sabiduría? Estas preguntas son
pertinentes debido a que estas prácticas (escribir poemas) y declaraciones (la
importancia de la imaginación para el crecimiento espiritual) no tienen un
papel preponderante en nuestra cultura. Lo anterior debido a la excesiva
validez de las acciones y los juicios basados en la razón, los conceptos o el
rigor de la causa y efecto.
A medida que crecemos deseamos más
control, seguridad y manejo de las cosas, y buscamos que las decisiones estén
regidas por la razón; por ello, el ejercicio propuesto por la Maestra, en
principio, carecía de finalidad y lógica. Sin embargo, en nuestra vida
cotidiana sabemos que el imperio de la racionalidad muchas veces cede terreno a
las fuerzas de lo físico (ej. salud o enfermedad), lo vital (ej. gustos,
disgustos, deseos) y lo emocional (sentimientos). Y pese al peso del discurso
científico y del racionalismo, descubrimos que nuestro ser y nuestra cultura es
mítica. Lo anterior significa que
nuestro mundo interno funciona alrededor de creencias, del inconsciente, de los
afectos, los deseos, la imaginación, la capacidad de asombro, la intuición y la
creación simbólica.
La invitación a escribir un poema, más
allá de las expectativas estilísticas o el canon estético, implica una
invitación a usar la voluntad y decidir habitar el mundo de una forma distinta;
involucra una decisión de ir más allá de las maneras habituales de ver el
mundo, para alterar lo que siempre hemos considerado como lo real y ampliar al mismo tiempo nuestro
ser.
Para
entender la profundidad de este acto externo que transforma el ser interior es
preciso comprender primero cómo funciona la cultura y qué papel jugamos en la
continuidad o transformación de ella. Cuando
llegamos al mundo nos encontramos con “redes de significación preconstituidas”
o, en palabras más sencillas, estamos programados por un sin número de esquemas
culturales, que se esconden tras el telón del teatro. Estas redes producen la
ilusión de que actuamos libremente, pero de forma inconsciente reproducimos el
guión preestablecido. Este condicionamiento facilita el hecho de no comenzar las
acciones de cero y posibilita la creación de acciones nuevas configuradoras de
cultura.
En consecuencia, la cultura posibilita dos movimientos, por una
parte, conserva las tradiciones con esquemas preestablecidos, y con el
ocultamiento de estos esquemas en el inconsciente genera una limitación para el
cambio. No obstante, por otra parte, da un repertorio de experiencias, para que
seamos capaces de configurarnos como alguien particular y construir o crear
realidades acordes con nuestra particularidad.
La cultura, entonces, abre al hombre su capacidad para recrear lo
establecido, pero esta ‘aperturidad’ sólo es posible mediante el desarrollo de la
voluntad (conocimiento), la expresión (imaginación) y la capacidad para actuar
sobre aquellas partes que requieren la transformación (intervención e
integración en la vida).
Con respecto a la voluntad, es pertinente decir que esta capacidad
guarda una estrecha relación con el conocimiento, pues es mediante él los seres
humanos podemos indagar, escrutar, interpretar, comprender, aprehender,
reflexionar y actuar sobre nuestra historia. Si somos conscientes de su valor, podemos
investigar (en un profundo giro de la consciencia hacia adentro) qué aspectos
del ser son herencia de la familia, la educación, la sociedad y la cultura;
cuáles de estas influencias nos potencian o limitan, y qué rasgos pertenecen a
una naturaleza esencial de nuestro ser. Estos rasgos que inicialmente eran
inconscientes, pasan a la consciencia y es allí donde se evidencian las razones
de nuestra acción. Esta vuelta del ser hacia el interior, esta decisión de
arqueología profunda de la consciencia, marca el inicio del camino denominado
por las culturas antiguas como el
despertar o el segundo nacimiento.
Pues se empieza a hacer consciente de la programación recibida por la cultura y
la diferencia de esta con el ser esencial.
El segundo momento del camino para transformar la cultura y
recrear nuestro ser es la ‘expresión’, específicamente el lenguaje y la
imaginación. Una vez se han identificado las redes de significado de la cultura,
el ser humano debe hacer uso de la facultad creativa del lenguaje y de la capacidad
de alteración de la imaginación. El
poeta chileno Vicente Huidobro afirmó: “Aparte de la significación gramatical
del lenguaje, hay otra, una significación mágica… El poeta crea fuera del mundo
que existe el que debiera existir… La poesía no es otra cosa que el último
horizonte, que es, a su vez, la arista en donde los extremos se tocan, en donde
no hay contradicción ni duda”. Cuando la Maestra nos invitó a escribir un
poema, nos invitó a ver distinto, a ir más allá de nuestro horizonte conocido;
cada uno tenía en mente un ideal poético, aun el más mínimo, pero cuando se
alteró la mirada surgió en cada uno un manantial espontáneo, que iba más allá
de los aspectos formales o intelectuales y anidaba en las profundidad del ser como
una potente fuerza creativa.
Finalmente, el conocimiento de la naturaleza propia (voluntad) y
la imaginación de unas maneras más amplias de estar en el mundo (expresión)
deben unirse al mundo de la vida para transformar la cultura. Mi Maestra afirma
con frecuencia “El camino de purificación interior, la conquista de la paz en
todo el ser y la entrada en un universo de éxtasis sagrado no deben llevar al
alejamiento del mundo, deben generar un amoroso impulso para abrazar la
existencia en todas sus formas y traer el espíritu de la divinidad a cada
rincón”. La sabiduría sobre el ser, el mundo y
lo trascendente; la recreación del ser y su expresión, y la integración en cada
acción son los pasos para pasar de seguir la cultura a transformar la cultura. Cuando el
nuevo contenido entra en las redes de significación, se integra con la cultura
y se hace norma. Ese es el inicio de otro ciclo de tradición y transformación.