Sri Ramana Maharishi, un sabio indio del siglo pasado, afirmó que si uno realmente deseaba hacer algo por el mundo debía trabajar para destruir el ego. ¿Qué implica realmente esta declaración?, ¿cómo interpretarla en un contexto donde las acciones externas parecen más urgentes que el trabajo interior?
Según mi Maestra, cuando Sri Ramana Maharishi habla de destrucción del ego, en el fondo está planteando el ideal más alto al que puede aspirar el ser humano, a saber: la transformación total de su ser y la divinización de su naturaleza. Lo anterior implica entre otros aspectos la invitación de la calma a todo el ser; la conquista de la mente; el descubrimiento de la parte real; el rechazo del ego; el retorno de la pureza y la incorporación de la consciencia infantil; la presencia del deleite en cada acción, y la unión plena con la Divinidad. Este ideal se manifiesta en una personalidad amorosa, pura y orientada al servicio desinteresado, que actúa con una poderosa voluntad para traer la realidad divina a la tierra.
Cuando Sri Ramana Maharishi habla del ego, se apoya en el presupuesto de que todos nosotros tenemos dos partes: el ser real y el ego. El ser real corresponde a la parte natural del ser humano y su manifestación se encuentra en sus virtudes, descritas por Platón como: belleza, bondad, verdad, felicidad, justicia, amor y armonía. Por su parte, el ego está relacionado con los aspectos negativos del ser humano, surgidos entre otros por las heridas, frustraciones y conflictos con el mundo exterior. Entre estos factores se encuentran el enojo, la tristeza, la ira, el miedo, la ansiedad, etc.
Al iniciar mi camino espiritual desconocía el potencial de esta perspectiva. En primer lugar, esta visión abría la esperanza de transformar la sociedad desde un cambio interior profundo que permitiera aflorar las virtudes de manera permanente. En segundo lugar, permitía soñar con la idea de un perfeccionamiento del ser humano, donde la esencia del amor, la libertad y la bondad fueran el estado permanente. En tercer lugar, ofrecía una oportunidad para nuestra psicología, pues ofrece la posibilidad de suprimir o bajar el poder de las emociones que hacen nuestras vidas más difíciles.
La primera inquietud que formulé cuando conocí esta manera de ver el mundo era si se trababa de una realidad o de una utopía, pues como una persona nacida en la cultura occidental, es común que considere el enojo, la tristeza, la frustración, etc., como parte natural de la vida. En respuesta a esta inquietud, obtuve la siguiente narración de mi Maestra:
“En una pequeña villa en los Himalayas, inicié mi proceso de purificación con mi Maestro. Durante meses estuve en una casa de una sola habitación, investigando mi mente, sanando mi ser y recibiendo pruebas de mi sinceridad. Afuera oía una sinfonía de ovejas, vacas, pájaros y monos, y a través de una ventana veía los imponentes picos nevados de los Himalayas. Él me dijo: ‘Para transformarte tengo que mostrarte tus dos personalidades’. ‘¿Dos personalidades?’, pregunté. Él respondió: ‘Todos los seres humanos tenemos dos personalidades. La buena personalidad es pura, buena, feliz, libre y está inclinada hacia el descubrimiento del espíritu. La otra personalidad, el ego, tiene como signo la negatividad y sus reacciones siempre persiguen la separación, la destrucción y el egoísmo. Los seres humanos somos una mezcla entre estas dos partes’.
[…] Durante el tiempo de mi purificación me di cuenta de que mi Maestro podía ver mi ego y mi personalidad real. Cada vez que pensaba, actuaba o hablaba con mi ego él me lo decía con infinita compasión, y a medida que lo hacía, tenía la realización de que esta persona me conocía mejor de lo que yo me conocía. Con el tiempo, pude distinguir más claramente cuándo estaba en mi ego y cuándo en mi personalidad real. Con métodos antiguos, disciplinas espirituales, la pureza de la consciencia de mi Maestro y la Gracia del mundo espiritual pude rechazar más y más mi parte falsa. Poco a poco, sentí cómo el deleite, la libertad, la bondad y un infinito amor crecían en mi interior y eran cada vez más el fundamento de mi personalidad y de cada una de mis acciones”.
Después de estas palabras entendí con mayor profundidad el pensamiento del sabio Sri Ramana Maharishi. Sin duda, los aportes de cada uno de nosotros a la sociedad son fundamentales, y es de la suma de estas acciones de donde surgen las grandes transformaciones sociales. Sin embargo, cuando una mujer y un hombre han entregado su vida a perfeccionar su ser sin protagonismos; cuando han enfrentado la temible batalla de conquistar su ego; cuando han desterrado de su ser el enojo, el egoísmo y la tristeza, su tierno corazón y la fortaleza de su espíritu constituyen la flor más hermosa que el ser humano pueda ofrecerle a la humanidad. En un mundo que invita y obliga a hundirse en la vanidad, la autocomplacencia y el orgullo, una mujer o un hombre que decidan trabajar para cultivar la humildad, la generosidad y el servicio desinteresado son lotos en el fango.
Sin duda es necesario contribuir al desarrollo material de las personas, como lo proclaman los programas para erradicar la pobreza en el mundo, pero también es cierto que gran parte del problema se encuentra en la distribución de la riqueza, y este escollo proviene del espíritu. Como afirmó mi Maestra un día, si un hombre da alimento a otro, quita el hambre por un día. Si un hombre da techo a otro, resuelve la necesidad de vivienda, pero no de sustento. Si un hombre da trabajo a otro, resuelve el sustento, pero no llena la mente. Si un hombre enseña a otro, resuelve su curiosidad, pero no da sentido. Si un hombre logra guiar a otro hacia la sabiduría (autodescubrimiento de su ser), lo hace inmortal.