Llegué a la casa de mi Maestra un miércoles. Me recibió con tres de sus discípulos, quienes tenían sencillos, pero hermosos regalos de bienvenida. Sirvieron una cena, me mostraron la habitación donde iba a dormir y me despedí de ellos con abrazos. Me acosté en la cama, y por primera vez empecé a ver la dimensión de mi decisión. Puedo decir que estaba absolutamente seguro del camino que había iniciado. Contraria a la sensación que viene luego de un impulso, mi consciencia decía que había hecho lo correcto. Sin embargo, sabía que no había llegado a esta certidumbre por un proceso racional, sino por un motor más poderoso que de un momento a otro había creado otro sentido a mi vida. En muchos textos de filosofía antigua decían que cuando alguien había entrado en el camino hacia su ser o en el sendero del descubrimiento de su alma, esta realidad del espíritu (que era todavía desconocida), se convertía en una realidad más honda, y sus deseos por el mundo daban paso a una voluntad por entrar más y más profundamente adentro.
No era cándido frente a la reacción de las personas de mi vida anterior. Había llegado a mi ciudad de origen, después de solo cuatro días de un retiro espiritual, dispuesto a cambiar mi vida. Renuncié a mis empleos en dos semanas, me despedí de las personas cercanas, cerré mis correos electrónicos e inicié mi camino hasta aquí. Sabía que a los ojos de las personas mi decisión era fruto de un capricho o quizá de la desesperación, pero en todo mi ser, más que nunca en la vida, tenía muy claro que esta oportunidad era fundamental; en palabras de Carlos Castaneda, era mi “camino con corazón”. Y esta realidad interior, esta mirada que había hecho por pocos momentos dentro de mí, era la promesa de una realidad más vasta, más sabia y con más frutos. Sentí en todo mi ser, cuando viajaba rumbo a esta nueva vida, que esta era una posibilidad de renacimiento, de perfeccionamiento… de paz.
Y ahí estaba, empezando una nueva vida. En una habitación sencilla, pero hermosa en su delicada simplicidad, me tendí en la cama y el primer pensamiento que se me vino a la cabeza era que toda mi vida anterior cabía en una maleta. La lucha por perseguir el éxito, las ansias por tener, todos los proyectos y ambiciones, se reducían a ese equipaje. Pero no me enojé ni sentí frustración, me sentí ligero, libre para viajar.
A la mañana siguiente desperté con ganas de entrar en acción, iniciar mi vida de servicio, transformarme. No obstante, la primera lección vino cuando mi Maestra me dijo “por dos semanas quiero que descanses”. Veía servir a los demás discípulos y sentía de deseos de actuar de servir. Cuando terminábamos de comer quería recoger los platos, quería trabajar en el jardín, limpiar y participar de las actividades del Centro, pero mi Maestra siempre me frenaba. Al comienzo disfruté de las atenciones, había algo en mí que quería colaborar, pero al mismo tiempo vi en la directriz de la Maestra una oportunidad para descansar. Esta sensación placentera duró tan solo cuatro días; durante el día sentía que “perdía el tiempo”, quería colaborar, iniciar mi transformación, “trabajar espiritualmente”. En la noche, soñaba con mi vida anterior, el estrés de la vida laboral, las personas con quienes me relacionaba, mis miedos, mis ansiedades; era como si el estado de inactividad en el día, abriera una puerta en la noche llena de actividad.
Guardaba silencio, pero mi Maestra sabía que estaba pasando. Me llamó luego de cinco días y me dijo: “Ishwara, el primer paso para profundizar en un proceso de transformación es calmar la mente. Pero para iniciar la calma, debemos ser conscientes de la necesidad de ella. En estos cinco días tú has sido más consciente de la velocidad de la mente, de tu apego a la acción y de la costumbre de tu ser a estar afuera de ti. Estos movimientos vienen del entrenamiento que recibiste en el mundo y de la idea según la cual el mundo exterior es el único que existe. Ahora bien, sé lo que está pasando en las noches, y los sueños son una valiosa herramienta para ver en qué estado se encuentra la consciencia, ellos nos permiten en muchos casos saber qué partes de nuestro ser necesitamos purificar”.
Estas palabras de ella al mismo tiempo me sorprendieron y me llenaron de gozo. Me causaron sorpresa porque a pesar de no haber manifestado nada de lo que estaba pasando, ella era consciente de todos los procesos de mi mente. Y me llenaron de alegría porque sentí que en la aparente inactividad se había dado inicio al proceso de purificación. Ahora sabía por dónde empezar, necesitaba bajar la velocidad de mi mente y dejar de hacer para empezar a estar, y lo más importante sabía que no estaba solo en el camino.