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domingo, 27 de noviembre de 2011

De hacer a estar

Llegué a la casa de mi Maestra un miércoles. Me recibió con tres de sus discípulos, quienes tenían sencillos, pero hermosos regalos de bienvenida. Sirvieron una cena, me mostraron la habitación donde iba a dormir y me despedí de ellos con abrazos. Me acosté en la cama, y por primera vez empecé a ver la dimensión de mi decisión. Puedo decir que estaba absolutamente seguro del camino que había iniciado. Contraria a la sensación que viene luego de un impulso, mi consciencia decía que había hecho lo correcto. Sin embargo, sabía que no había llegado a esta certidumbre por un proceso racional, sino por un motor más poderoso que de un momento a otro había creado otro sentido a mi vida. En muchos textos de filosofía antigua decían que cuando alguien había entrado en el camino hacia su ser o en el sendero del descubrimiento de su alma, esta realidad del espíritu (que era todavía desconocida), se convertía en una realidad más honda, y sus deseos por el mundo daban paso a una voluntad por entrar más y más profundamente adentro.
No era cándido frente a la reacción de las personas de mi vida anterior. Había llegado a mi ciudad de origen, después de solo cuatro días de un retiro espiritual, dispuesto a cambiar mi vida. Renuncié a mis empleos en dos semanas, me despedí de las personas cercanas, cerré mis correos electrónicos e inicié mi camino hasta aquí. Sabía que a los ojos de las personas mi decisión era fruto de un capricho o quizá de la desesperación, pero en todo mi ser, más que nunca en la vida, tenía muy claro que esta oportunidad era fundamental; en palabras de Carlos Castaneda, era mi “camino con corazón”. Y esta realidad interior, esta mirada que había hecho por pocos momentos dentro de mí, era la promesa de una realidad más vasta, más sabia y con más frutos. Sentí en todo mi ser, cuando viajaba rumbo a esta nueva vida, que esta era una posibilidad de renacimiento, de perfeccionamiento… de paz.
Y ahí estaba, empezando una nueva vida. En una habitación sencilla, pero hermosa en su delicada simplicidad, me tendí en la cama y el primer pensamiento que se me vino a la cabeza era que toda mi vida anterior cabía en una maleta. La lucha por perseguir el éxito, las ansias por tener, todos los proyectos y ambiciones, se reducían a ese equipaje. Pero no me enojé ni sentí frustración, me sentí ligero, libre para viajar.
A la mañana siguiente desperté con ganas de entrar en acción, iniciar mi vida de servicio, transformarme. No obstante, la primera lección vino cuando mi Maestra me dijo “por dos semanas quiero que descanses”. Veía servir a los demás discípulos y sentía de deseos de actuar de servir. Cuando terminábamos de comer quería recoger los platos, quería trabajar en el jardín, limpiar y participar de las actividades del Centro, pero mi Maestra siempre me frenaba. Al comienzo disfruté de las atenciones, había algo en mí que quería colaborar, pero al mismo tiempo vi en la directriz de la Maestra una oportunidad para descansar. Esta sensación placentera duró tan solo cuatro días; durante el día sentía que “perdía el tiempo”, quería colaborar, iniciar mi transformación, “trabajar espiritualmente”. En la noche, soñaba con mi vida anterior, el estrés de la vida laboral, las personas con quienes me relacionaba, mis miedos, mis ansiedades; era como si el estado de inactividad en el día, abriera una puerta en la noche llena de actividad.
Guardaba silencio, pero mi Maestra sabía que estaba pasando. Me llamó luego de cinco días y me dijo: “Ishwara, el primer paso para profundizar en un proceso de transformación es calmar la mente. Pero para iniciar la calma, debemos ser conscientes de la necesidad de ella. En estos cinco días tú has sido más consciente de la velocidad de la mente, de tu apego a la acción y de la costumbre de tu ser a estar afuera de ti. Estos movimientos vienen del entrenamiento que recibiste en el mundo y de la idea según la cual el mundo exterior es el único que existe. Ahora bien, sé lo que está pasando en las noches, y los sueños son una valiosa herramienta para ver en qué estado se encuentra la consciencia, ellos nos permiten en muchos casos saber qué partes de nuestro ser necesitamos purificar”.
Estas palabras de ella al mismo tiempo me sorprendieron y me llenaron de gozo. Me causaron sorpresa porque a pesar de no haber manifestado nada de lo que estaba pasando, ella era consciente de todos los procesos de mi mente. Y me llenaron de alegría porque sentí que en la aparente inactividad se había dado inicio al proceso de purificación. Ahora sabía por dónde empezar, necesitaba bajar la velocidad de mi mente y dejar de hacer para empezar a estar, y lo más importante sabía que no estaba solo en el camino.

martes, 15 de noviembre de 2011

Escucha (o la enseñanza de la fe)

“¿Dónde está Ella, ahora que estoy triste?”, pregunta el discípulo.
“Ahí, escucha”, dice la maestra.
“Solo oigo mi llanto. Me ha abandonado”.
“No. Ella no puede irse. Su Ser es el mundo”… “Si sientes su ausencia es porque solo oyes tus pasos, habitas tu pequeño mundo y tu mente, pequeña esclava, tomó el control”.
“Ayúdame”.
“Escucha el pequeño silencio que se cuela entre las cosas del mundo. Escucha el instante entre cada respiración; siente Sus pasos entre cada uno de tus pasos; busca refugio fuera del pensamiento”.
“Oigo algo”.
“Recuerda al niño, corre a Sus brazos; habita en el centro y entrega tu ser”… “Captura este instante con tu verdadera Madre, tu Esposa, tu Amante… Sana… No olvides… Escucha”.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Olas

Recordar que solo soy una ola.
Ver pasar mi vida como un pequeño instante del mar del mundo.
Guardarme de seguir las crestas impetuosas que con su arrogancia se pierden rápido en el océano.
Tener la paciencia del pequeño montículo de agua que se mueve lento, silencioso y tierno, ausente de este mundo.
¿Para qué?
Para llegar a la orilla y, en una cita de mi alma, rozar con mis aguas los dedos de tus Pies.
Para sentir que mientras muero tú sonríes y me dices: “Has venido”.

martes, 8 de noviembre de 2011

Fragmentos de un diario espiritual

El encuentro
Durante ocho años había practicado algunas técnicas de relajación y meditación y sabía que podían lograrse estados de calma profunda, pero nunca había experimentado algo similar a lo que sentí ese día. Estaba en un retiro de meditación al que había sido invitado, y en el ambiente había expectativa por conocer a una Maestra que había sido discípula por quince años, habías estado retirada en los Himalayas y al parecer representaba un linaje de Maestros.

La Maestra (a quien apenas había visto por pocos minutos), entró al salón donde todos la esperábamos para meditar, y antes de comenzar nos pidió que nos concentráramos en la entrega. Iniciamos la meditación y con toda mi sinceridad y un corazón de niño le entregué a esa parte sagrada, todo lo que estaba pasando en mi vida. Por primera vez en años, y quizá por una ausencia de sentido en ese momento de mi existencia, abrí el corazón. Luego de unos minutos, sentí que la mano de la Maestra tocaba mi pecho.
Experimenté una luz que salía del centro de mi cuerpo y mi ser se expandía, mientras me llenaba de un éxtasis total. Ni el escepticismo, ni el temor ante lo desconocido ni las dudas hicieron que dejara de entregarme a la experiencia, y al tiempo que había una sonrisa en mi rostro, lloraba por haberme perdido de este estado durante toda mi vida.

En ese momento tuve una certeza. Ese instante era un tiempo de verdad, y la experiencia no requería ni palabras ni fe, era Real. Más tarde comprendí que con esta experiencia se había iniciado mi purificación, y que esa había sido la invitación a tirar los muros abajo; reconocer el miedo y las heridas dentro de mí; sanar las heridas; asumir la responsabilidad de entenderme, y sobre todo, tomar la decisión de re-crearme.


La decisión

Después del retiro, muchos de los asistentes seguimos en contacto con la Maestra, y cada semana recibíamos en nuestros correos electrónicos palabras inspiradoras sobre nuestro proceso. Me sentí mejor en mi vida, pero cada vez le encontraba menos sentido a lo que estaba haciendo. Siempre buscaba escapar: salía de la ciudad, trabajaba más horas y dormía días enteros, para evitar el enfrentamiento conmigo.

Un día recibí la invitación de la Maestra a su Centro. En menos de quince días estaba en esta ciudad a la que no había regresado desde la infancia. Sin dudas puedo decir que fueron los días más felices de mi vida. Las programaciones de éxito, prestigio y dinero de mi vida no tenían sentido en este lugar, donde la humildad, el amor y la compasión eran los valores. Encontré una maestra entregada a sus discípulos, que veía en cada acción la oportunidad de servir.

 
Mis primeros meses como discípulo

En la vida con un maestro cada instante tiene un significado. El silencio, la palabra, las acciones, los pensamientos y las emociones son signos para el maestro del estado de nuestra consciencia. Aquí tuve un segundo nacimiento y comencé a vivir distinto. Sin fanatismo ni creencias, solo con la decisión de sanar y la voluntad de encontrar el sentido, la maestra comenzó a poner orden en mi casa. Poco a poco, los apegos han perdido espacio en mi vida, para avanzar hacia una unión con mi realidad más profunda.

Las prácticas de meditación y los estudios de las filosofías están en esta vida, pero la maestra nos ha enseñado que no se deben confundir las técnicas (disciplinas espirituales, conceptos o rituales) con el objetivo (la libertad del ser y el servicio). Es más importante recuperar la inocencia que se perdió con los años, reencontrarse con la alegría de las pequeñas cosas, sentir la libertad y el amor de la niñez, quemar la falsedad que vive en cada uno de nosotros y vivir en ese estado permanentemente, sin alteración. Esta es una vida llena de magia, donde cada minuto es una oportunidad para estar en contacto con la herencia divina del mundo.